sábado, 11 de enero de 2014

Disputa de poder

Los aumentos de precios provocan una situación de tensión en el escenario de una revitalizada puja distributiva entre el salario y la tasa de ganancia empresaria. El frente externo ya no exhibe la holgura de hace pocos años y el mercado cambiario está en permanente estrés. El fuerte crecimiento de la economía no fue acompañado en el mismo ritmo con obras de infraestructura en algunos sectores, por ejemplo en el área de distribución eléctrica metropolitana o en la red ferroviaria de transporte de pasajeros y de cargas. Aún persisten bolsones de exclusión social y una elevada informalidad laboral. La industria sustitutiva de importaciones no muestra dinamismo ante una débil articulación de la política oficial. El déficit habitacional es importante, un porcentaje de la población no accede a infraestructura básica de servicios esenciales y todavía existen sustanciales brechas educativas según estratos socioeconómicos. Empresas de servicios, como las de telefonía móvil o bancos, brindan una deficiente prestación a precios altos que le reportan ganancias abultadas sobre el bolsillo del consumidor. Estos aspectos críticos conviven en un ciclo político de diez años donde indicadores sociales, económicos y laborales han mejorado sustancialmente, incluyendo las condiciones materiales de los trabajadores revirtiendo la tendencia negativa en la distribución del ingreso, ganando posiciones los sectores postergados por décadas.
La existencia de dificultades de diferente magnitud es una característica inherente de la economía debido a que es un espacio de permanente disputa de actores económicos con intereses contrapuestos. Es una definición básica si no se quiere caer en el mundo de la confusión de quienes postulan la posibilidad de alcanzar equilibrios económicos duraderos. Objetivo que provoca la falsa ilusión de una bonanza global cuando el terreno económico es uno de conflictos de poderes, cuya exteriorización es cómo se distribuye la riqueza.
Un aspecto central para participar en debates sobre cuestiones de la economía es saber detectar cuál es la orientación de las medidas para atender esas dificultades y quiénes son los beneficiarios, para comprender qué tipo de política económica se está desplegando. De esa forma se podrá analizarla con más rigurosidad que apasionamiento.
No existe receta única para entender y luego intervenir en los problemas que se van presentando en la economía. La idea de la existencia de un exclusivo camino para encararlos forma parte de la concepción conservadora de que la disciplina económica es una ciencia exacta, profunda deformación de la histórica construcción del conocimiento de la economía que se reconoce en raíces políticas, sociales y filosóficas.
El blog Pragmatic Capitalism publicó una nota sobre los grandes mitos de la economía, y uno de ellos es considerarla como una ciencia. El autor es Cullen Roche, fundador de la empresa de servicios financieros Orcam Financial Group y ex ejecutivo de Merrill Lynch Global Wealth Management. Escribió que gran parte del pensamiento económico está conformado a partir de un sesgo político en la visión del mundo. Ejemplifica que los keynesianos dirán que el Gobierno tiene que gastar más para generar mejores resultados, y los monetaristas, que la banca central ejecute una política independiente y de laissez-faire del mercado. Describe que esas “escuelas” económicas derivan en interpretaciones construidas desde una perspectiva política, y que cada una tiene una ideología muy concreta con líneas políticas claramente trazadas. “Esto ni siquiera es acercarse a la ‘ciencia’; se parece más a la religión”, concluye.
Estos conceptos son primordiales para ingresar con más soltura en debates de coyuntura mencionados al comienzo. No se trata de un tema marginal determinar el encuadre analítico porque el rasgo esencial de los discursos dominantes que cruzan las actuales controversias es que son protagonizados por voces de la ortodoxia y de la heterodoxia conservadora. Es un hecho notable de la realidad política del momento. Si bien en estos años han sido igualmente preponderantes aunque con una actitud levemente defensiva, ahora en cambio, ante la irrupción de frentes de tensión y con un horizonte de dos años para el fin del gobierno de CFK, han adquirido una posición avasalladora y descalificadora de un proceso rico en matices, avances y complejidades.
Este comportamiento es la expresión más categórica de que la economía es un espacio de disputa de poder. Muchos de los miembros de ese grupo de economistas vinculado al establishment o a fuerzas políticas conservadoras tuvieron la oportunidad de aplicar sus ideas en otras experiencias de gobierno, con resultados terribles para la estabilidad económica y sociolaboral. Hoy se presentan como candidatos para manejar la economía o como analistas que “hay que escuchar para saber qué pasa y qué hay que hacer”. También tienen herederos jóvenes que reiteran con discurso aggiornado esas mismas recetas que ayer fracasaron en Argentina y hoy lo hacen en Europa. No es que no deban tener espacio para hablar o escribir sus permanentes convocatorias a crisis luego de chocar la calesita en más de una ocasión, incluyendo hiperinflación, recesiones prolongadas, explosión de miseria y endeudamiento. Lo que sucede es que son los dominantes además de ser pretenciosos al desacreditar a quienes no piensan como ellos. Es un rasgo reproducido en otros rubros con especialistas que también experimentaron el sabor del fracaso, como el grupo de ex secretarios de Energía.
Seumas Milne, analista político británico que escribe en The Guardian y coautor de Beyond the Casino Economy, escribió el artículo “Los economistas ortodoxos no pasan su propia prueba de mercado”, en referencia a la actual crisis internacional. Evaluación idéntica corresponde para la experiencia argentina de esos economistas en gestión de gobierno, como también por sus permanentes pronósticos fallidos sobre la evolución de la economía en los últimos años (ver el informe especial publicado en el Cash del domingo 29 de diciembre pasado: “Profesionales en el error”). Milne afirma que desde cualquier punto de vista racional, la economía de mercado se encuentra en graves aprietos; que sus adalides no sólo no llegaron a prever el mayor crac de los últimos 80 años sino que insistieron en que esas crisis eran cosa del pasado; que más aun, algunas de sus luminarias principales desempeñaron un papel clave, para empezar, a la hora de diseñar los desastrosos derivados financieros que contribuyeron a desencadenar el derrumbe. Milne sentencia que “cualquier otra profesión que se hubiera demostrado tan espectacularmente errada y hubiera provocado tales destrozos habría caído con toda seguridad en desgracia. Podríamos incluso imaginarnos que los economistas del libre mercado que dominan nuestras universidades y asesoran a gobiernos y bancos estarían repensando sus teorías y sopesando alternativas”.
No es así.
La presencia de esos protagonistas en el espacio local en gran parte de los medios en los turnos mañana, tarde y noche es un trabajo que incansablemente encaran para modelar el sentido común sobre las controversias de la coyuntura.
Esto no significa que no haya necesidad de abordajes críticos de aspectos problemáticos de la economía, como también de la infraestructura, en especial la de distribución eléctrica. La clave es lograr una vía superadora y no regresiva para entender los variados conflictos que se van sucediendo en el proceso económico. Este desafío no es sencillo por lo que antes fue precisado: la economía es un espacio de disputa de poder, no es un modelo con una secuencia de variables y ecuaciones matemáticas.
Quienes hoy atemorizan con desbordes y postulan la misma receta de sus propios descalabros pasados son la voz dominante de la interpretación sobre la cuestión económica. Por eso mismo, ante diferentes frentes conflictivos se requieren medidas puntuales de intervención, pero es fundamental también no abandonar la disputa de la construcción del sentido común sobre la economía.

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